Ser emocionalmente madura

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Desafortunadamente, nadie nos enseñó cuando éramos pequeñas que nosotras somos las únicas que podemos controlar si algo nos afecta o no y en qué medida. La mayoría de nosotras vamos por la vida sintiéndonos víctimas de las circunstancias y de las demás personas, y rogando que la vida y las demás personas llenen siempre nuestras expectativas para poder estar bien.

Desde bebés nos enseñan que lo que hacemos hace feliz o lastima a otras personas, que la felicidad y el dolor de otras personas está en nuestras manos. ¡Cuánto poder para un nino o una niña! ¡Y cuánta responsabilidad! Pero, sobre todo, le quita el control sobre sus emociones a los adultos y adultas que les rodean… algo no tiene sentido aquí… ¡Y en el caso de las niñas, peor! Nos enseñan desde pequeñas que debemos cuidar y proteger los sentimientos de los demás, hacer a los demás felices, evitar que sufran… pero ¿cómo? Es absolutamente imposible leer la mente de las demás personas para saber qué esperan de nosotras, y si nos lo dicen, es imposible complacer a todo el mundo. Pero lo intentamos de todas formas. En vez de que cada quien se haga cargo de su propia felicidad, vamos por ahi tratando de hacer felices a los otros y esperando que, a cambio, ellos nos hagan felices a nosotras.

Pero la idea de que nuestras emociones son directamente provocadas por factores externos es falsa. Una situación es “positiva” o “negativa” según los valores personales, sociales y culturales, y principios éticos y morales de las personas que juzgan esa situación. Lo que para unas es positivo, para otras puede ser negativo. La forma en que pensemos sobre ese hecho, determinará cómo nos sintamos en ese momento. Si pensamos que algo que pasó o algo que alguien dijo o hizo es positivo, nos sentiremos bien. Si decidimos que eso es negativo, nos sentiremos mal. Pero si otra persona piensa lo contrario sobre el mismo hecho, sentirá algo muy distinto. Eso sugiere que no es el hecho en sí lo que nos hace sentir bien o mal, sino lo que pensamos de él.

¿Te ha sucedido que dices o haces algo con la mejor intención del mundo y la otra persona se ofende o resiente? Lo que sucede es que “no vemos el mundo como es, sino como somos” (Immanuel Kant). La forma en que interpretamos lo que ocurre o lo que otras personas hacen o dicen, tiene poco que ver con esas personas, y mucho que ver con nosotras mismas, con nuestras experiencias pasadas, nuestros valores, nuestras creencias y expectativas.

Suena fácil y cómodo culpar a otros (el gobierno, nuestras jefas, nuestras madres y padres, nuestras parejas, nuestro hijos e hijas, la economía, la suerte…) y sentirnos víctimas de todo lo que nos sucede, pero a la larga no lo es. Es como envolverse el cuerpo en dinamita y regalarle un detonador a todas las personas que forman parte de nuestra vida.

Por otro lado, cuando somos emocionalmente inmaduras, nos sentimos asustadas, frustradas y fuera de control, entonces es más probable que actuemos de forma impulsiva, compulsiva, agresiva, auto-flagelante, hiriente, violenta, sobre actuada o imprudente. En todo caso, hay muchas probabilidades que hagamos o digamos algo de lo que después nos vamos a arrepentir, y también culparemos a las otras personas por ello.

Eso es lo que sucede en muchos casos de violencia doméstica. Muchos estudios demuestran que cuando algunos hombres se encuentran en una situación en la que se sienten frustrados, avergonzados, abrumados, deprimidos, impotentes o enojados, en lugar de hablar y procesar sus emociones de forma madura, “tienden más bien a reprimirse y/o a expresarse de forma destructiva o auto destructiva” (Reyes, R. 2009). Esto se manifiesta muchas veces en “desquitarse” con los hijos y las esposas o novias de forma violenta y reactiva, y después, ante la vergüenza o el arrepentimiento, culparlas por “haberlos provocado”. Aunque esto es un patrón de comportamiento más frecuente en los hombres, muchas mujeres reaccionamos igual con nuestras parejas e hijos/as.

Asumir responsabilidad por nosotras mismas y por nuestras vidas, significa ser consciente de los pensamientos que están generando nuestras emociones en ese momento y decidir si esa emoción nos lleva a actuar como queremos actuar y a tener las consecuencias que queremos tener. Al fin y al cabo, podremos no ser responsables de cómo las otras personas se sienten, pero sí somos responsables de nuestros propios actos y todos nuestros actos tiene resultados y consecuencias.

La adultez emocional, como todo proceso de crecimiento, requiere esfuerzo e implica desaprender muchas creencias con las que crecimos y hemos actuado toda la vida, pero la capacidad de decidir qué quieres pensar y sentir para poder actuar de forma más efectiva, es empoderante y vale la pena!

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