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Hace apenas unas décadas, nuestro principal rol era el de ser madres y esposas perfectas. Y luego las feministas comenzamos a reivindicar nuestro derecho a ser autónomas, a trabajar, a ganar nuestro propio dinero, a tener nuestras propias agendas, a participar en la esfera civil y política de nuestros países, a ser empresarias. Y lo logramos. Hemos conquistado esos espacios. Pero eso no disminuyó la presión de que seamos perfectas. Solo la sumó. Ahora no sólo debemos ser perfectas madres y parejas, si no que además debemos ser perfectas empresarias, líderes sociales, políticas, ciudadanas…
El problema es que muchas de nosotras nos creímos esa historia y empezamos a jugar con esas reglas sin cuestionarlas.
A veces nos juzgamos de no ser suficientes porque dependemos de la aprobación y reconocimiento de otras personas para sentirnos bien. A veces, nos juzgamos de no ser suficientes porque tenemos estándares personales imposibles de alcanzar.
Pero ser perfeccionistas no sólo nos lastima a nosotras mismas, nos baja la autoestima y nos pone niveles de exigencia imposibles de cumplir que terminan dañando nuestra salud física, mental y emocional, pero además daña nuestras relaciones interpersonales.
En este episodio te comparto algunas reflexiones sobre esa insidiosa voz que tenemos dentro que nos dice que “no somos suficiente” y que nos mantiene en atadas a estándares y expectativas imposibles de alcanzar, nos impide correr riesgos y experimentar, nos hace la vida mucho más estresante y mucho menos agradable de vivir plenamente.
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